TRÁNSITO
(1981-2003). Antología. Estudio crítico de Alberto Torés, Instituto de Estudios Giennenses, Diputación de Jaén, 2005.[ISBN 84-96047-45-8]
(1981-2003). Antología. Estudio crítico de Alberto Torés, Instituto de Estudios Giennenses, Diputación de Jaén, 2005.[ISBN 84-96047-45-8]
Acerca de las «antologías» decía Alfonso Reyes que tendían a correr por dos cauces principales: el científico o histórico, y el de la libre afición. Añade que estas últimas pueden «alcanzar casi la temperatura de una creación». En rigor, toda antología es una guía de lectura que el antologador propone, haciendo uso de la libre elección. Por consiguiente, habría que concluir que en toda antología existe un prurito creativo. El carácter antológico de una obra, bien mirado, brinda al lector un ramillete de flores escogidas con sumo primor; elección que deviene tras un atento y detallado caminar por la obra de un autor, generación, movimiento o época.
Lo que parece estar fuera de duda es que una antología in vita es la confirmación como poeta, una particular corona de laureles que sirven de signo distintivo y premian una trayectoria rica en expresiones y provechosa en ideas (o pensemos que debería ser esto). Si Horacio dejó escrito ese verso tan manido que refería la igualación entre la pintura y la poesía («Ut pictura poesis», verso que además todos citamos truncado), se me viene a la mano el parangón de las antologías con una enorme galería que alberga estancias y que muestra en sus expositores los tapices de más bellos matices, los mejor compuestos o los de más rica factura; pero sobre todo el antologador atenderá a recoger lo más representativo de un autor con el fin de presentar un surtido cargado de variedad; los clásicos, en uno de sus muchos asientos del argumento (así llamaba Quintiliano a los lugares comunes), afirmaban que lo novedoso da gusto y place. Dentro de la variedad se tratará de realzar las innovaciones que haya podido ir asimilando el creador. Una vez transitada la galería, el lector podrá recrearse con morosidad en las estancias y verlas por entero.
En cuanto a un autor se refiere, una antología es una muestra más que fiable de la trayectoria del poeta, de la madurez que haya podido alcanzar e igualmente de las preocupaciones, sentimientos e inquietudes que éste haya podido ir experimentando con el curso del tiempo. En definitiva, su propia visión del mundo y el modo en que su voz poética lo proyecta sobre la palabra escrita. Con el subtítulo de Antología (1981-2005) llega a nuestras manos Tránsito. Un derivado de esta voz, transitar, se nos descubre, y no fortuitamente, como sinónima de las que he utilizado en las palabras prologales: caminar, recorrer, etc. El lector, una vez comenzada la lectura del primer poema de 20 poemas andaluces transita por los vericuetos poéticos y las curvaturas líricas que Francisco Morales Lomas ha venido cincelando durante más de veinte años.
Dos son las vertientes que creo que definen la personalidad de la obra de Morales Lomas: experimentación y sugerencia (adviértase que ambas son extensibles al fondo y a la forma). Ambas vertientes derraman sus aguas en las estrofas de su poesía. Existe en el poeta un afán enriquecedor por renovar y variar, por descubrir y descubrirse, por reinventar sus propios moldes. Si nos fijamos en sus cuatro primeros libros, siempre va a haber algún detalle que capte nuestra atención (quizá visualmente sorprendan en cada uno de estos libros ahora las estrofas tan dispares que existen entre Basura del corazón y Azalea, ahora la postura vanguardista en poemas de Senara con la omisión de los signos de puntuación; si nos adentramos en su temática los temas que atesoran cada uno de esos libros son también muy dispares).
Es en el poemario Aniversario de la palabra donde creo que cristaliza toda la búsqueda interior y exterior del poeta, donde la poética ha hallado un lugar que se aclimata a las necesidades, voluntades y pruritos del creador. Morales Lomas se acomoda a esa poesía que ha estado en ciernes durante años y viceversa. Esta interrelación se entrevé en el fluir del verso, en el lirismo de sus estrofas, sin forzar los versos ni atropellar las palabras: «Sin querer somos samaritanos / de sueños, despojos que el combate / ha ido construyendo a cada dentellada, / siempre pendientes de la mano / extendida que nos conduce al aposento. / Sabemos, porque nos lo han dicho, / que en cada mano luce el sol, / que cada silencio es un espacio / de luz que nos conmueve, / que cada mañana es el hoy encantado» (de «El reparto de los sueños», pág. 37). No en vano, ha sido Aniversario de la palabra el poemario que más éxito ha cosechado (Finalista del Premio de la Crítica y del Premio Andalucía de la Crítica) y mejores críticas ha granjeado.
En el exhaustivo estudio preliminar (sobre el que más adelante me extenderé, ya que se apuntan temas sustanciales) en el que Alberto Torés García recorre todos los libros de Morales Lomas, echamos de menos la disección de los últimos poemas inéditos que se recogen en el volumen, veintinueve poemas que pueden constituir todo un poemario: Eternidad sin nombre. Por sí sólo este libro ocupa un tercio de Tránsito. Un tema que desde los comienzos ha estado ligado a la literatura ha sido sin duda el Amor. Eternidad sin nombre está poblado por el amor y sus derivados, como la ausencia, la soledad, la sensualidad,… El yo poético se dirige a un tú ficcional, a una receptora. Se cifra en un título la idea general: «l’amour est l’enfant de la liberté». El amor nos viene transmitido en versos que se han despojado del oropel retoricista y la hojarasca vocinglera; aquí tenemos los sentimientos al desnudo. En ocasiones ese tú se particulariza en la amada, como en «Un canto»: «Tú y yo solos, / en medio de la voz, / en medio del mundo, / cultivando la palabra / desnudos y ajenos / a las tradiciones y las imposturas. […] Necesito que seas un canto, / mi voz, amada mía, / el murmullo de los astros» (pág. 103). No es gratuito que aparezcan plasmados en dos títulos los nombres de Laura y Penélope (nombres que nos traen a las mientes el amor platónico, la constancia, la fidelidad, etc.).
El libro se completa con un estudio preliminar del propio antologador, Alberto Torés García, titulado «El Humanismo solidario». Este sintagma fue propuesto por los propios Torés García y Morales Lomas (antologador y antologado) en un artículo publicado hace unos años. La cita que paso a copiar a plana y renglón es extensa, pero juzgo a bien introducirla para una más completa comprensión de lo que supone la asunción de este concepto. Ambos autores atienden a la poesía de los 90 como una época de eclecticismo, unos momentos confusos que por sus rasgos se traducen en «una permanente contradicción, una dispersión que probablemente pueda justificarse y una voluntad por rehacer, revivir y rememorar […]. Por consiguiente, el paradigma poético está por clasificar, más aún, está por superar la fase previa que no es sino la selección. Por ese motivo, merecen destacarse los presupuestos y los intentos teorizadores de esa tendencia del ‘humanismo solidario’ que viene a reivindicar la necesidad de recuperar la historia, plantear la reflexión y la búsqueda como desobediencia a los efectos de la inmediatez, rechazando los revestimientos extraliterarios como elementos estructurales». Y más adelante concluyen —matizando aún más esta idea— esgrimiendo que «los estados particulares del ensayo, las artes plásticas, la música, son los que permiten una vida en sociedad que persiguen los componentes de esta tendencia». Como se nos anuncia en nota a pie de página (pág. x, nota 7) ambos están actualmente puliendo esa declaración de principios de lo que puede resultar una tendencia poética (cualquier término referible a la idea de agrupación, como promoción, grupo, generación, escuela, etc., que siempre son tan controvertidos, tendrán que especificarlo y apoyarlo ellos mismos).
Tenemos un estudio inteligente, minucioso, que brota de una lectura concienzuda de la obra, asimilando de raíz los postulados poéticos de Morales Lomas. Se da detallada cuenta de la poética del autor atendiendo a su obra como un todo, para pasar en páginas posteriores a analizar cada poemario individualmente (a excepción, como anuncié de los poemas incluidos en Eternidad sin nombre, que los excluye deliberadamente). Una detalladísima relación de la enjundiosa bibliografía (en todos los campos, desde el teatro, la narrativa, el periodismo, etc.) de y sobre Morales Lomas se consigna tras el estudio preliminar, ocupando más de treinta páginas. La obra se culmina con un cuidadoso formato de la edición. Ineluctablemente, los poderes públicos se están convirtiendo en los mecenas de las manifestaciones del Arte. La cultura se está haciendo desde las minorías y para una minoría; las editoriales independientes desde luego no pueden hacer frente al comercio del mundo libresco, hoy tan desmejorado y desprestigiado por la recua de borregos que nos inundan.
Me interesa destacar, en otro orden de cosas, que Torés García deja traslucir en varias ocasiones que ciertas afinidades intrínsecas y extrínsecas de la obra literaria de Morales Lomas pudiesen haberlo vinculado al movimiento de «La otra sentimentalidad». Desde luego, contemplar esta adscripción generacional no sería nada descabellado, pero como dice en otras páginas Torés García «su escritura poética no pretende cumplir funciones de adscripción a determinadas corrientes poéticas sino directamente multiplicar y diversificar las complicidades que pueda establecerse con el lector» (pág. xxi).
El agrupamiento de determinados creadores dentro de un movimiento no es perjudicial para nadie, antes bien, resulta beneficioso desde muchos prismas. Sin restarle valor estético y literario a sus obras literarias, las formaciones de grupos suelen fomentar la endogamia y el gregarismo (y que me conste, esto no es muy saludable para la República de las letras). Se agudiza y agrava este síndrome cuando son los propios creadores los que de forma más o menos artificial se dan cita para concretar abstracciones. Ellos son los que comandan y orquestan la mercaduría desaliñada de la poesía, los jurados de premios de postín, las publicaciones en editoriales de alto coturno, y por si bien no fuera aun se reparten el botín de la mercancía habida (si no que se lo pregunten a los miembros de cierto movimiento, citado en estas líneas). Los forzamientos generacionales no son recomendables; el libre fluir de los pensamientos, ideas, posiciones y perspectivas conformará a la postre las asociaciones.
Por el contrario, Morales Lomas no ha necesitado del aplauso regalado de los corifeos ni alistarse a un ejército para combatir la soledad en la distancia. El trabajo silencioso, apartado de toda mundanal mercadotecnia y de la renuencia que sobreviene a estos contubernios ha preponderado hasta ahora en la obra de Morales Lomas. Afanarse en conseguir el éxito en vida puede convertirse en una trampa mortal; intentar calar en tus contemporáneos (cuando precisamente la cultura vive en una declarada minoría y contradictoriamente ésta permanece en estado de masificación) a veces se transforma en una ilusión quimérica; contra esto, la humildad debe aliarse con el creador y conducirlo a que haga suyo esta máxima latina: tempus omnia revelat (el tiempo todo lo descubre).
En definitiva, tenemos una poesía que cumple la función primera de vehicular un método cognoscitivo a partir del cual el poeta sacia el deseo de apre(he)nder la realidad tangible y exteriorizar las sensaciones que irrumpen en su interior. A su vez, tenemos un poeta que hace de cada libro una expedición a la zaga de nuevos descubrimientos, tomando diferentes rumbos y ensayando rutas novedosas; un poeta que se opone frontalmente al conservadurismo y que se resiste a cobijar en su acervo léxico el término «repetición». Concluyo con unos versos de un versado maestro en materia poética, quien viene a refrendar otro sentido yuxtapuesto al que posee el título del poemario que comento: «Los poetas estamos para eso: / para ofrecerles tránsito a los demás, / para que se encaramen sobre nuestros latidos, y que divisen / un poco más allá, en medio / de tanta oscuridad como nos circunda»(Tránsito).
D. González Ramírez.
En él se encuentran recogidas muestras perfectamente seleccionadas de sus obras Veinte poemas andaluces ( 1981), Basura del corazón (1985), Azalea (1991), Senara ( 1996), Aniversario de la palabra (1998), Tentación del aire (1999), Balada de Motlawa (2001), Salumbre ( 2002), La isla de los reacios (2002) Soneto (2001), y su último libro Eternidad sin nombre.
De Tentación del aire recojo un fragmento de su poema “Mis manos ya están lejos”:
Toda la capacidad de fingimiento del poeta Morales Lomas alcanza su máxima expresión en estos versos de celebración nostálgica que expresa con suprema maestría, ya que a partir de esa huida que manifiesta con la metáfora del ciempiés estará en toda su obra: la intuición de una memoria presente y el rigor de una palabra que late en las entrañas de su conciencia.
Tiempo, amor, desolación, junto a una capacidad para que la descripción se convierta en protagonista va a ser el denominador común de sus obra, que con un realismo social se van a convertir en la vértebra, sostén, de toda tesis poética que abarca sentimientos y pensamientos.
Así en Balada de Motlawa Morales Lomas tiene la capacidad de jugar con el lector en la lúdica, incandescente y libre interpretación del receptor del poemario que, en un momento dado, ignora si lo contemplado por el autor es la magnificencia del río Motlawa o el crucero memorístico de su memoria mecida por los versos:
Reconozco mi ignorancia, lo que supone una virtud, en todo lo relativo a la letra oculta de la estructura poética. Soy de aquellos que, como Alfonso Canales, afirman que “la poesía gusta o no”, pero mi poca preparación debeedejar paso a lo que el experto Alberto Torés, en su riguroso prólogo, afirma de la poética de Morales Lomas: “La obra poética de Morales Lomas se impregna entonces de un vitalismo meditado que no deja paso a ningún universo fantamasgórico. En cambio, si existe un recorrido simbólico que incluye entre sus elementos compositivos, la constatación objetiva que a veces se toma el distanciamiento para traducir la amplitud de la desilusión”.
Debe ser esa tesis del profesor Torés, no lo sé, pero es casi seguro que toda esa definición sobre parte de su obra es la que hace que Morales Lomas en el poema Un cántaro de brasas” le haga exclamar entre llamas de nostalgia:
Toda la poesía de Morales Lomas es un conjunto de voces que dan como resultado que la suya brote con luz propia. Es la palabra con mayúsculas la que se esconde y no, la que brilla y constata la adversidad, la que conjuga realismo con utopía, amor con desamor.
Su poesía es la capacidad de describir su mundo con sus ficciones y fingimientos, pero especialmente con la verdad de su sentimiento. A veces, en un guiño al clasicismo, nos introduce en la mitología, pero las más sus versos nos van a describir, por supuesto que líricamente, lo que es el denominador común del pueblo, de la mayoría y de la minoría, del lector y del que oye, como un eco, que sus temas, sus problemas, son los temas y los problemas del poeta.
Morales Lomas traduce la grandeza del pueblo, también sus miserias, y acude con su saber decir con la palabra escrita a todo aquél que se encuentra en una situación límite a fin de que sus versos se conviertan en brisas de aliento:
Imposible para mí abarcar su estallido lírico y, por desgracia, casi imposible para usted, querido lector, hacerse con Tránsito, tal vez aniquilado en los anaqueles de las instituciones.
Un lujo poder contar con su presencia, la de Tránsito, en esta tediosa vida que se apaga. O no.