LA ISLA DE LOS FEACIOS
Colección Agua de Mar, Ed. Corona del Sur, 2002.
Colección Agua de Mar, Ed. Corona del Sur, 2002.
Francisco Morales Lomas autor de una ya estimable obra (Veinte poemas andaluces, 1981; Basura del corazón,1985; Azalea, 1991; Senara, 1996; Aniversario de la palabra, 1998; Tentación del aire, 1999; y Balada del Motlawa, 2001) también ha ocupado su tiempo como ensayista y antólogo (Literatura en Andalucía. Narradores del siglo XX, o Poesía andaluza en libertad. Una aproximación antológica a los poetas andaluces del último cuarto de siglo, 2001), miembro del consejo de Redacción de «Papel Literario y amigo de «Empireuma», ha dado a la estampa un poemario coherente, en donde se mezcla el memorialismo y la preocupación por los problemas sociales. Creo que ambos temas no se contradicen, al contrario, se hermanan y superponen.
La isla de los feacios se estructura en tres partes: «Del lado de allá» (12 poemas), «Del lado de acá» (12 poemas) y «De otros lados» (11 poemas). Armonía en la división del libro, como vemos, con reiterativos motivos que se entrecruzan, como veremos.
Libro memorialístico porque en el primer poema, «Ciudad en la distancia” el yo poético afirma: «Fragmentos de una memoria que ahora/Trato de reconstruir (p. 13). El recuerdo, la rememoranza se torna con frecuencia triste, cuando sale en escena la sombra de un niño muerto (pp. 27 y 56). La presencia de elementos que actúan como símbolos (el fuego del hogar o la tahona, por ejemplo, son sintomáticos) ofrecen personalidad y empaque al libro. Veranos, la siega, la constancia de una presencia materna que recorre, con terquedad y ternura, las estancias aparentemente inamovibles de la Historia, los árboles frutales, símbolos de la fertilidad y de una esperanza de porvenir gozoso, los piratas como arquetipos de un pasado que no puede volver, etc., forman parte de ese ejercicio de recordar, con dolor y también dulzura. Sólo quedar convivir con el pasado, pactar con él.
La preocupación por los pobres o desheredados de la tierra se advierte ya en el poema «Lecciones de Historia» (p. 23), donde podemos leer: «Un hambre que sólo se detenía en el pezón/De una mujer o en el alma de un leproso». Más adelante, en el poema «La Farola» (p. 43) o en «El destino de una lágrima» (p. 49) vemos con mayor claridad la solidaridad que alimenta la voz de un exiliado de sí mismo. Es de destacar el hermoso poema «Un marinero busca las olas» (p. 44), construido en dos partes, todo él sumido en la nostalgia de un imposible ayer.
La tercera y última parcelación del poemario se fija en reflexiones en prosa con un alto contenido poético, casi todos los poemas se basan en la filosofia oriental. De nuevo, una pequeña joya: «La opinión de las cosa? (p. 62), en donde se iluminan la sorpresa y el humor. El libro concluye con esta penetrante sentencia: «Hernos dado tantas vueltas, hemos girado tanto que nunca hemos salido del laberinto donde nos encontramos» (p. 65).
En definitiva, una voz clara, que busca la profundidad y perennidad de lo sencillo, sin falsas pretensiones, pero tampoco sin escamoteos, puramente. Libro que aspira a perfumar nuestra piel con algunos versos. Sencillamente, pero ¡qué dificil conseguirlo!
Pudiste ser ciudad con avenidas,
Aclarada por palomas y fuentes
Que como surtidores llenaran la mañana.
Pero fuiste la herida de una tarde
Con senderos vacíos que se pierden
en el monte, urdidos de distancias y palabras,
Como chorro de agua que asciende al cielo,
Fragmentos de una memoria que ahora
Trato de reconstruir.
Se serenan las calaveras junto a los arroyos
Y las niñas saltan al saltador,
El silencio se alza con su frontera
De sombras y una mujer tolera el crucifijo
Como un estigma en el pecho candente.
Tiempo de rótulos y academias militares,
De amores imposibles que como enredaderas
Ascendían por las paredes del pensamiento.
Vegas de frío y cálidos
Abrazos en la estación de poniente,
Fútbol en los senderos y las tardes
Besos en las esquinas en tinieblas.
Miro esta aparición nocturna y los años roznan
trashumantes por los rancios atajos.
Ciudad de altas atalayas y esquinas,
Ciudad de plazas con muerto en el centro
Y las iglesias sacramentadas con aroma
A incienso recién cortado en los campos.
Es primavera, casi luz ceniza,
Y lo turbio recobra su sentido,
La predisposición a ser eclipse.
No recuerdo dulces almas dormidas,
No quiero recordar por más que quiera
Las placetas vacías en domingo,
La soledad rumiando callejones,
Ni las prédicas de las ocho en punto,
Con el olor a incienso.
Heridas o base de un edificio
Con muchas plantas y andenes y arcenes.
Me quedo en el bruñido despertar
De un verano, en la acequia
Donde dije te quiero,
En el mismo instante donde palabras
Fueron carne y limpias habitaron el principio.
¡Mamá!, te llamaba, y eras agua abierta,
la sensación de un cántaro en los labios,
agua que retorna a su quebrada luminosa
como las golondrinas regresan al verano.
Mamá en el fuego rojo del invierno
acunando las brasas de un futuro
de alpargatas y letanías frágiles,
atenta al desfile de la quimera.
Pero la vida era sucia y ordenada,
de fogatas interiores y abrazos de esparto,
generales que hacen ronda a la noche.
Descosidos y cautivos, no obstante
nos arropaban sus brazos de viento.
Mamá con la alcuza de su vasija
llenando soles en la fuente de la glorieta,
más rescoldo, más cuajada de hogazas.
Llamadla ya por su nombre de cántaro,
como si de una nube redimimos hechizos,
como si al pasado le pusiéramos perfume.
Llamad a ese latido que alimenta,
a esa casa con ventanas de luz.
Quizá una tierna lluvia
y su lente de agua para las manos.
Porque fuimos perdedores de un tiempo
que sólo conocía de imposiciones
y blasfemias. Un pueblo que salió
de Port Bou perseguido por lo rancio.
Después hubo versiones, viejos versos
que se arraciman en la vid de nuestra memoria.
Apenas nada, o casi nada, frases.
Y antiguos principios que presidieron
todas las fachadas con unos rostros
de azufre y mujeres viudas y solas.
Fue una emigración de oscuras maletas
con cordeles y predios en francés.
Venidos de una petenera y atados
a la desventura con nuestro miedo.
El riesgo de que la vida es algo clandestino,
contingencia para la libertad.
Luego escribimos para consumir
el aliento de los compañeros de pupitre
en esa escuela que es la vida sórdida.
Seguramente protegidos por la esperanza,
conocimos los dogmas del corazón,
los únicos acordes, meras letras
del himno sin música que es memoria.
Son como patrias sin fin, patrias viejas
que se nutren de la aspereza de las cornetas
y las estrellas en la bocamanga.