TENTACIÓN DEL AIRE
Diputación Provincial, Colección Puerta del Mar, Málaga, 1999. (Finalista del Premio de la Crítica) [ISBN 84-7785-338-X]
Diputación Provincial, Colección Puerta del Mar, Málaga, 1999. (Finalista del Premio de la Crítica) [ISBN 84-7785-338-X]
Ahora que tan dados somos a aplaudir a los poetas oficiales o a los que son “galardonados” en concursos torpemente amañados, es bueno recordar que existen creadores libres, honestos e imaginativos. En esta nómina se encuentra, por ejemplo, Francisco Morales Lomas, licenciado en Derecho y Filología Hispánica, y autor de una docena de libros donde predominan los de versos. En Tentación del aire aparecen poemas magníficos, auspiciados por el sentimiento y los afectos más cercanos, mundo donde surge una historia de viento y de sorpresas, esas leyendas ávidas de alguna vivencia.
El autor, que también es narrador, ha dado recientemente a la imprenta un precioso libro que contiene interesantes páginas donde se dan cita el ensayo, la crítica literaria y el relator fugaz. Este libro se titula El sudario de las estrellas, y ha sido editado por Corona del Sur (Málaga, 1999). Todo ello nos sitúa ante un escritor constante, preocupado por la literatura en sus más variadas vertientes y hombre sumamente disciplinado ante la labor creativa. Se dice que prepara actualmente una tesis doctoral sobre la lírica de Ramón del Valle-Inclán.
En sus versos late como un especial rigor ese aire de insinuada ternura que hace posible mantener los espacios del sueño. El poema que da título a este libro, Tentación del aire, está dedicado a José García Pérez, director de la colección que publica.
bruma que anega mis pestañas
y reclama la claridad
de los serrallos de la memoria.
Olorosa tierra que sacude
las flores otoñales de la constancia,
imágenes que se difuminan
en los pedregales sin cauce.
No abandonéis la belleza
del heno y el roble,
los senderos que eran como huertos
de manzanos o coronas de vid.
Colinas que son muslos
que se solazan en la sabiduría
del tomillo y jóvenes tenebrosas.
Dichosas selvas pobladas
de lunas y culebras,
ventas que corrían entre el río
de los coros otoñales.
Sometido a la luz de las estaciones
corre el marfil por mis venas
como la escarcha.
Pero la tierra vuelve
una y otra vez desde la lejanía,
como una brasa avivada
por el céfiro y la furiosa hoguera.
Hace tiempo que sueño
estos remansos de catedrales
y pinos, los huertos que baña
el sol y son corolas de violines,
espesas rosas que aletean
entre el rocío.
Tengo el corazón abierto
como las alas de un ave,
mientras la música colma
como un jardín este barbecho
que mira extasiado la vida.
la dicha de ser finitos cuando la vida
crepita y prende su hoguera
en los arreboles del crepúsculo.
Siento que hoy es un bardal luminoso
que aspira a ser cielo y corriente
levantada, ardida, constante.
Velan mis armas las flores
del sendero que tanto te gustaba
caminar y el arrullo de las esquirlas
es como la sinfonía de mi pobreza.
Hoy la paz tiene arrullos
de bosque y donceles que pierden
sus gritos en las acequias de los montes olvidados.
Siento que la vida penetra
como una daga en este cuerpo
enlucido por romanzas y armiño.
Mi despertar es rojo y desmesurado,
la rabia del viento que se crece
como el beso de una ilusión,
un surtidor de lumbres
que pueblan el mito del hastío,
la razón de haber sido.
Me siento cegado por renacer de aves
y montañas que rompen el cristal
del tedio en este paisaje que asciende.
No sé descifrar el limón del olvido
ni conozco las razones del buitre
ni esa oscuridad que, a veces,
surca esta tarde como la vida misma.
Cerca de lentiscos y primaveras
alzo el ansioso corazón con las aulagas
y cada vez soy más ave febril
que aletea por los montes,
una esperanza que va
tomando cuerpo y fuego.
Queredme como soy,
desarmado y finito,
con el secreto vientre poblado
de agosto y esbeltos ramajes,
una hoguera que es
como la tentación del aire.
del rumor de una fuente
que es como una larga espera.
Agua clara con sonido
que tan dulcemente alborota
los preludios del sueño.
Por montes y valles
la memoria se hace río
de una infancia poblada
de verduras y lágrimas que corren.
Un sendero de agua
que tiembla a cada instante,
como las hojas en el invierno.
Aquí estoy de pie y bronce
en las corrientes que se desploman
sobre mi constancia,
aquí preso de los sonidos
del viento y las esquirlas,
como un enamorado
del rumor de los dioses.
Retumban y gimen las aguas
cristalinas y en un cedazo
son estrellas, gozos del universo.
Entre las hojas escondido
observo la cava de tu cuerpo
en este río que calla y no refrena,
testigo de la dicha,
o mensajero del dolor del mundo.
Prisionero de tu llanto
entono la libertad de tu río,
los límites de tu alberca,
que son las orillas de ti.
Dulce agua que siente,
espesa breña cristalina,
envidia del viento,
hoy tomo la arena que me quema,
la carne de tu sol que danza
y de nuevo la alegría
es un puente y un niño.
dulce tiranía que despide estrellas.
Desvanecido en la llama
que me consume en la pira
de otro cuerpo, gozo
en la altiva noche de claridades
y resplandores.
Acaso sean espejismos
de una carne de antaño
que aún abrasa la memoria.
En la noche turbia
los jardines de venas y sombras
dejan huellas fugitivas
que son la púrpura que aún acecha,
el olor a besos que hieren,
guedejas que me atan
con la solemnidad de las tormentas.
Mi cintura es verano caliente,
una florida primavera que bulle,
un niño que amó a Greta Garbo
en el silencio de la alcoba,
o a Leonor o a Elena de Troya.
Perfumado de lamparillas de aceite
renazco en ti cada día,
como un agosto de cohetes,
perdido en los pétalos del calor,
en la retama de un deseo
siempre colmado.
el aliento de mamá en las noches
de invierno, y el corazón de Julián
cuando saltaba, o el asma de papá,
que le daba un color azulado,
como las luces de las fiestas de Carlos.
Al primer amor lo olvidamos pronto,
casi sin darnos cuenta, de improviso,
en el recodo de unas medias negras,
en las laderas de unos senos blancos,
o en los ojos de alguien que te devora.
Es la imagen en el viejo papel
de la memoria que se borra rápido
con el borrador de unos besos cálidos
o con la palabra que nos evita
la soledad o la desesperanza.
Más tarde que el primer amor, se olvida
uno de sí, y anda perdido como
un fantasma, un barco a la deriva,
en busca de flecos de algún amor
del que no nos olvidaremos nunca.
en la hazaña del día, en la calma del mar
que ya se ha detenido y respira a mi lado,
tenue como un guerrero que abandonó el combate!
¡Escurríos en el pie de página de mi historia,
en el ISBN del ser que te mira con asombro,
en el título oscuro con que escribo mi vida,
en todos los postres de esta noche de leones,
en la más mínima caricia de la carne ágil
que es tinta que canta la soledad del escrito!
Dejad mis venas limpias en la corriente azul
de los ojos que roen mis sueños y se ceban
en la espera oscura de este yogur caducado.
Si por un momento mi destino se trucara
en algarabía y pasodobles de delirio.
Si por un momento mi sexo brillara excelso
en el pálpito nocturno y fuéramos uno.
Si por un momento mi alma un mar domado fuera,
dulce hoguera que todo lo aviva y codicia.
¡Escurríos gotas! ¡Dejad azules mis venas!
vuelan aves radiantes
su boca es amplio palomar
orillas desnudas
con el sexo abierto a la nada
despliegan sus mantos
extienden sus cascadas
arrasan las alturas del techo
buscan alas que prender
su sangre asciende
o desciende tronchada
el día con su cuerpo
transparente despliega manos
el verano libertades
desnudos el agua
Pero mi lecho volteado
por la desolación se pierde:
a mi derecha no hay nada
los labios se han ido
mi orgullo se incendia
y sobre mi fracaso
se precipitan los refranes
y los guiños.
Demasiado tarde para las palabras:
el instante se congela
y el poema prepara su orden.