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JUEGOS DE GOMA

Colección Kylix, Ed. Libros Encasa, Málaga, 2002.[ISBN 84-95674-07-6].

VILLENA, Fernando de (2002): “Juegos de goma”, en Papel Literario de Diario Málaga-Costa del Sol, núm. 433, 6 de octubre, p. 48.

Está compuesto por una docena de relatos excelentes donde el autor analiza, vivisecciona las pasiones humanas y la soledad natural del hombre, sin descartar por ello algunas leves pinceladas de humor. Impresiona esa insatisfacción de todos los personajes con sus propias vidas, ese deseo de cambio que, como el clásico, los arrastrará a sus propia perdición.

En estos relatos se nos presenta un erotismo delirante, pero siempre en relación con el Thanatos. Ellos y los numerosos pasajes cuánticos de los textos –sincronías, juegos con el tiempo…-, nos llevan a emparentar la narrativa de Francisco Morales Lomas con la de otro autor contemporáneo: Gregorio Morales. También en ambos autores el tema de la desolación de la infancia resulta muy relevante.

Pero la narrativa de Francisco Morales Lomas se abre a otras muchas perspectivas: presenta algunas influencias del cine (negro, sobre todo) e intenta mantener un perfecto equilibrio entre realidad y fantasía.

Tanto los escenarios rurales como los de las diversas ciudades están muy logrados y la lectura del libro nos deja cierto halo de cosmopolitismo. Otro acierto se encuentra en la creación de los caracteres, sobre todo los femeninos, y en el uso del monólogo interior.

Respecto al estilo, habría que recordar que Morales Lomas es un poeta y como tal en todos sus relatos aparecen algunas ráfagas de lirismo y las metáforas y símiles son constantes. También hallamos algunas construcciones muy originales (“un domingo noviembre”).

Pese a que todos los elementos ya señalados unifican los diferentes relatos, no falta en estos una atinada variedad de registros y desde luego la gran imaginación de Francisco Morales Lomas hace de cada uno de ellos una pieza única y deliciosa.

FRAGMENTO DEL RELATO LAS METAMORFOSIS DEL PRÍNCIPE INCLUIDO EN JUEGOS DE GOMA

Hasta el día que fue expulsado de casa y más tarde sucedió lo temido, papá era un príncipe, el príncipe de la casa, con el artículo “el”, o al menos eso decía mamá repetidamente. Tu padre es el príncipe. Podría ser un rey o incluso el rey, pero no, es el príncipe, decía mamá como si estuviera asentando un axioma. Entonces tú eres una princesa y nosotros los principitos, ¿no, mamá? Pero mamá se ponía seria y decía que no, que qué va. Tu padre es el príncipe, pero nosotras no tenemos nada que ver con la monarquía ni la nobleza. No, hija, yo no soy la princesa, ni siquiera una princesa, sino una fregantina, una criada que le sirve los pensamientos. Que desea comer, le pongo de comer; que desea un traje, se lo plancho; que desea salir, salgo con él y lo acompaño; que desea… ¿El qué, mamá? Eso ¿Eso qué es, mamá? Pues eso es eso. Vale. Eso ya lo sabrás cuando seas mayor. Pues si desea eso, eso que le doy, insistía mamá como queriendo ocultar algo. Cuando fui un poquito mayor descubrí que eso que repetía mamá con tanta insistencia y no quería decir era follar, sólo que mamá le tenía repelús a algunas palabras, como si le dieran grima y, a veces, cuando estaba hablando creaba largos o cortos silencios dependiendo de la palabra que cabía en el silencio. A mamá le habían enseñado de pequeña en un colegio de monjas (como ahora me enseñan a mí) que no se deben decir palabrotas y para llenar su ausencia se inventaba el silencio. Lo cual podía producir cosas muy curiosas. Por ejemplo, si alguien quería decir: “ese cabrón de niño me ha jodido”, se diría algo así como: “ese de niño me ha”, con lo cual se creaba otro problema, porque aparecía “me ha”, que tampoco se podía decir. En la época que mamá era niña las palabras siempre resultaban un problema, sobre todo a las mujeres, porque lo que es a los hombres, nunca le han traído problemas las palabras y mucho menos las palabrotas. Ahora es diferente, ahora hasta las niñas dicen que son iguales, porque dicen palabrotas. Pero no es verdad que sean iguales porque, por ejemplo, mi hermano Rubén tiene más derechos que yo: su cuarto es más grande y orina de pie; en cambio cuando yo orino de pie, dice que soy una guarra. Algo parecido sucede con mi hermano Rigoberto. ¿Verdad que tiene un nombre muy sonoro? Es que mi abuelo de mi papá se llama así con esas erres tan fuertes y mi papá quería tener un hijo con ese nombre para seguir la tradición. Si mi hermano fuera chino se llamaría Ligobelto. Que es mucho más gracioso, pero Rigoberto es un poco rebuscado. A mi hermano Ligobelto lo dejan llegar tarde, a mí no. Por eso no es igual que yo. Mamá dice que es por lo de la mayoría de edad. A mí me gustaría ser también mayor de edad pala venil talde o pala no venil, como hace Ligobelto cuando se va con su amiga Toñi. El caso es que aunque yo no he sido igual que Lubén ni Ligobelto, quiero mucho a mis hermanos o nos quisimos todos mucho hasta el día que papá, el príncipe, fue expulsado de la casa. Papá era un hombre guapo, pero gordo. Tenía unos ojos claros como el cielo cuando hace sol y unos labios muy gordotes que parecían de negrito, pero era gordo. Su pelo era endrino como las uñas de Rubén cuando no se las limpia, pero era gordo. Tenía los dedos largos, de pianista, pero era gordo y no tocaba el piano. Papá se dedicaba a ir de un sitio a otro vendiendo unos guarritos que hacen mucho ruido, a eso se le llama ser representante. Había días enteros que no lo veíamos, incluso semanas. Cuando llegaba papá de algún viaje nos gustaba mucho porque nos traía algún regalo. Sobre todo a mí, que era su ojito derecho. En esto Rubén y Rigoberto no eran iguales a mí tampoco, porque papá siempre me daba a escondidas algo que no les daba a ellos. Ése fue el secreto entre papá y yo, por eso me puse un poco triste cuando fue expulsado de casa, bueno, me puse triste al principio, pero después no, porque comprendí que aquél ya no era papá y por eso lo echamos de casa. Pero eso fue después. Papá decía que en la casa había reparto de papeles. El suyo decía que era el de príncipe, porque sus antepasados habían sido condes, duques y cosas así de raras. Él decía que era príncipe sin principado. Yo no sé qué significan todas estas palabras, el caso es que papá cuando se ponía borde con mamá le decía que era príncipe. Papá no se enfadaba mucho, sólo una vez al mes cuando había luna llena. Entonces decía mi mamá: ya está tu padre con la luna, que quería decir que había entrado la luna llena que le afectaba mucho y se ponía muy pesado con lo de príncipe. Papá fuera de estos momentos de luna, era muy bueno con todos, claro que no daba ni golpe en casa porque decía que los príncipes no deben trabajar en labores domésticas. A mamá la traía de marmota detrás de él todo el día. Cariño toma las zapatillas; cariño, no me pises cuando está fregado; cariño, recoge a la niña del cole; cariño, ayuda a los chicos en los deberes; cariño, me tienes que llevar al super… Mamá era una ametralladora del cariño y papá en todas estas cosas la obedecía, pero cuando a él le daba la gana. Lo que sí le gustaba mucho a papá era echarse una partidita de dominó con sus amiguetes. Muchos días se bajaba a las siete de la tarde y no volvía hasta las diez o incluso más tarde. Mamá esos días nos acostaba antes de que llegara porque decía que papá llegaría contento y no quería fiestas. Claro que cuando decía mamá que papá llegaría contento, en realidad lo que quería decir era que llegaría triste. A veces yo estaba con los ojillos abiertos cuando llegaba papá. Siempre venía a darme un besito de buenas noches, pero echaba un olor desagradable como a cerveza mezclada con tabaco y calamares fritos. Hasta mañana, corazón, me decía papá. Sólo entonces me podía dormir. En otras ocasiones llegaba tan triste tan triste, o sea, tan contento tan contento que ni siquiera iba a darme un beso y le daba por pelear y discutir con mamá, y decir que mis hermanos eran unos flojos que no estudiaban, y se iban a ganar la vida de pobres. Rubén, que entonces iba de contestón, le respondía que no le importaría tener la profesión de pobre, que de pobre se tenía que pasar bien y además que el ser pobre era una cosa digna e interesante. Lo de digna no sé qué significa, sí sé que es lo contrario de indigno y esto significa cerdo, o sea, que los pobres son lo contrario de cerdos. Mi padre se subía por las paredes cuando Rubén decía que quería ser pobre. Pero después de unos días, sobre todo cuando necesitaba dinero, llegaba Rubén y le decía que en realidad él prefería ser ingeniero en telecomunicaciones y entonces mi papá se entontecía y le daba unos cientos de pesetas…