SENARA
Colección Doralice, Ed. Antonio Ubago, 1996.
Colección Doralice, Ed. Antonio Ubago, 1996.
“(…) Vuelvo a este libro, organizado (los neoparnasianos dicen ahora estructurado”) en tres territorios: , , y . Consciente o al albur, el primero de ellos me recuerda a Baudelaire (le vert paradis des amours enfantines) y a Aleixandre. La pérdida de la inocencia y el exilio son señal de madurez dolorosa. También, aunque el voquible suena tremendo, de catarsis o expiación redentora. En cualquier caso paseamos inquietos por varios poemas de esmerada factura en los que Francisco Morales demuestra que conoce los requisitos para hacer buenos poemas (…) Y de pronto aparece el poema magnífico, el poema hecho de exceso que desborda; el poema que dice mucho más que la gramática de la que está hecho. Un poema cuyo comienzo agarra al lector y lo pasma: . No voy a cometer el error de explicar cuánta sabiduría poética hay en esos 16 versos; la nitidez lírica de este poema viene de algo que es muy difícil de alcanzar; el lenguaje poético se ha puesto aquí al servicio de lo que se está comunicando; no es ya artificio que se exhibe, sino arte que aparece convocado por la necesidad de hablar sobre un sentimiento que sólo puede ser compartido y entendido si al ritmo le corresponde la fluidez de las ideas; del yo sintiente (me miras, me hieres, me amas, mi espanto) al tú redivivo (cuando caminas, tus dedos oscurecen y asesinan). Figuras de un misterio de pasión que se ejerce de modo intemporal, en un alto paisaje de símbolos (…), acuciado por la fugacidad del tiempo en el que el poema vive, aletea….”
Cuando me hieres cuando me amas
Cuando las golondrinas del adiós me
Deshabitan y un poliédrico vacío
Sublima mi espanto
Qué tiene esa tristeza que como una
Puntiaguda rama araña las entrañas
Y al cielo escupe las hojas de la
Melancolía el oro de este encuentro
En la mar de las despedidas
Dime qué tiene entonces la tristeza
Cuando caminas y en el rastro tus
Dedos oscurecen y asesinan
Qué tiene la tristeza
Dime
Cuando me miras.
Fait palpiter le dieu,
Dans l´autel de la chair.
A. Rimbaud
En el altar de tu carne las volutas de la eternidad
Edifican el friso de la esperanza.
Porque esperar es sólo mecer tu desatado cuerpo
En la sombra y respirarlo con el aire y beberlo
Con el agua mientras el horizonte nos ocupa.
Esperar es creer al dios del deseo en el templo
De los ojos, del viento y la tempestad,
En la distancia que envuelve los cuerpos
En una comunión cárnica.
En el altar de tu frente los besos
Plácidamente caminan carne y sol desatados
En la cochura de los dedos, en el afán
De andar perdido en ti como se pierde
La brisa en la oscuridad.
En el altar de tus senos
Raudo desciende y obita el viento.
Palpita dios en todos los capiteles de tu piel
Y se derrama en tus besos en el río
Que fluye desde oriente a occidente
En el amplio mármol de tu catedral.
En la espera se muerden dos corazones.
Y tus labios volaron en el pretil de mis dedos
como un sello de olvido que deja a la memoria
prisionera y escuálida y no sabe si la finitud
se encierra como un ave negra en ese hueco
profundo y oscuro que el carmín ha dejado era
otoño y los árboles vomitaban victoriosa arrogancia
mustia esparcida por los espurios suelos restos
de un manjar yacente y tú en la lejanía depositabas
tu beso en mis abuhados dedos tan lánguidos
y lejanos como las horas o la geografía era
tan hondo el otoño que sólo labios de hojarasca
soñé en la soledad del tren como una balada
triste y ñoña pasaron tantos otoños mujer que
ya sólo me queda de tu cuerpo de tus labios
de tus senos el profanador carmín de la despedida
En tu aliento bífido envuelto mi cuerpo
por la arquitectura densa de los dientes
corredor de amor y muerte nave de lujuria
que en tus encías recala pertrecho de la
ardua marea asciende y desciende el soniquete
de los deseos espada altanera que a los
alveolos alcanza y presurosa recorre
la planicie roma de tu cielo lengua y aliento
y besos y eterno recorrer del día en la noche
en una cabalgata sin fin reposo en el corazón
de tu boca en la honda estancia donde sólo
lenguas construyen esperanzas y alcanzan
el cenit del buen puerto de nuevo la cercana
desolación pugna por alcanzar la comisura
pero los labios las lenguas el aliento
en una excelsa función de amor
repelen sus aristas y alejan los despojos
del deseo Asciende al fin la dicha
por las entrañas y tu larga pasión
presa de mi amor sucumbe y sólo los deseos
caminan juntos.
obscura de la muerte que nada entiende
de historias personales
El suicidio de unos besos es como un jinete
enloquecido que al corazón cabalga
y asesina que asesta saetas salvajes
que renace en las pócimas de la soledad
El suicidio de unos besos sabe de la lejanía
del mar de la escarcha de un suspiro
de los ojos pálidos de la noche
y del silencio que como un suicidio
te besa y oprime.