ANIVERSARIO DE LA PALABRA
Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 1998. Finalista del Premio Andalucía de la Crítica y del Premio Nacional de la Crítica.
Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 1998. Finalista del Premio Andalucía de la Crítica y del Premio Nacional de la Crítica.
“Francisco Morales Lomas rompe con el oscurantismo que envuelve la poesía jiennense, mostrándose una dimensión virtual que alumbra un poderoso universo lírico no exento de memorias cotidianas, pero trascendidas por la filosofía, por el análisis cuticular de los lenguajes literarios y las tradiciones que nunca mueren, porque significaría perder de vista las raíces que alimentan nuestra cultura. Si alguien piensa que referenciar la magia de los mitos, el fulgor de las rosas recién cortadas y sus ecos clásicos, la emoción reprimida del prisionero en los romances prerrenacentistas, los ubi sunt medievales de Jorge Manrique adulzado por la palabra andaluza de Juan Rulfo, la voz húmeda de los poetas barrocos y románticos (Francisco de Quevedo, “más poderoso que la muerte”; Bécquer, “En un ángulo oscuro”) y los prototipos psicológicos de sus más geniales creadores (don Juan, Mefistófeles) es una exhumación arqueológica de palabra y piedra muerta, ciertamente tendré que lamentar la carencia de ideas de quien ignora u olvida, incapaz de crear una nueva mitología porque la antigua luz no ha sido absorbida en los jóvenes labios sino abrasados por ella y en la conflagración definitivamente secos y estériles.
(…) Actualidad y nostalgia. Historia y periodismo. Ciencia y capricho estético se yuxtaponen y se complementan para mostrarnos un vigoroso aliento empapado de mitología y épica, con nombres propios (Zeus, Apolo, Narciso, Erebo, Virgilio, Caballo de Troya) y temas intemporales como la desolación, la añoranza, el amor y la muerte. Clasicismo y modernidad aparecen tachonados por reminiscencias ancestrales”.
ALGUNAS RESEÑAS SOBRE ANIVERSARIO DE LA PALABRA
Villena, Fernando de: La palabra de Morales Lomas, en Papel Literario de Diario de Málaga, 15 de noviembre de 1998, pág. 5.
Reyzábal, María Victoria. Aniversario de la palabra. La eternidad de los instantes, en Revista “Ñ” de literatura, arte y espectáculos, núm. 304, mayo 1999, pág. 14.
Costa Gómez, Antonio: Crítica sobre Aniversario de la palabra, en Estafeta Literaria, VII época, núm. 7-8, Madrid, 1999, pág. 63.
García Velasco, Antonio: Francisco Morales Lomas celebra la palabra, en Papel Literario de Diario de Málaga, 31 de enero de 1999, pág. 10.
Faílde, Domingo F.: La palabra poética de Francisco Morales Lomas, La Isla de Europa Sur, 13 de febrero de 1999, pág. 1.
González-Guerrero, Antonio: Experiencia y diferencia. Aniversario de la palabra de Francisco Morales Lomas, en Papel Literario de Diario de Málaga, 21 de marzo de 1999, pág. 5.
González-Guerrero, Antonio: Experiencia y diferencia. Aniversario de la palabra, en Letras y Artes de La Paz, Bolivia, 11 de abril de 1999, pág. 6.
García Pérez, José: Una impresión sobre… Aniversario de la palabra, en Papel Literario de Diario de Málaga, domingo 28 de junio de 1998, pág. 2.
García Pérez, José: El Copo: Aniversario de la palabra, en Diario de Málaga, 28 de junio de 1998, pág. 3.
Vagan por las heridas mustias calles de invierno
Como una procesión triste y antigua.
Las heridas tienen enormes avenidas
Y aceras amplias y semáforos que regulan la murria
Y encienden el verde de la ilusión pasajera
Y el ámbar de la indiferencia
Y el rojo de la desidia.
Nadie sabe quién ha sido el ingeniero
O el desdichado arquitecto que a la herida
Le ha edificado tan abultados monumentos
Ni cuáles son sus intenciones ocultas.
Nadie se explica por qué a una herida
Se le debe construir toda una ciudad,
Un parque o una casa de salud.
Nadie acierta a saber por qué
Se extiende tanto hacia los montes
Y alcanza los abismos innominados
Y te deja el corazón manando áloe y desconsuelo.
No hay causa aparente
Para la invasión de calles y plazas;
De árboles y barcos, sólo sé que poco a poco
Me están ahogando,
Y caigo en el abandono como un expósito
Ante los cascos de los arrabales.
Y ya me van creciendo las avenidas
En los pasillos de mi tenue alegría
Que va callando envuelta en la niebla.
Papá dijo que la ciudad nos esperaba henchida
tras los cercanos montes en bruma,
aquellos montes ahogados en las nieblas densas,
oscureciendo el lento caminar de un incierto futuro
y marcando con un arado de noche los límites de nuestras vidas.
La camioneta, cargada de muebles, lamía el manto
del asfalto y atravesaba desiertos poblados
donde el olor a soledad producía miedo.
En un hueco que los desvencijados muebles
me habían dejado, contemplaba el paisaje noctámbulo
que se iba perdiendo como Gretel
perdía sus granos en el bosque.
Al cabo de los años volvería a desandar el camino,
pero la tierra había escrito un romance anónimo
en su geografia:
lánguidos vientos del cierzo,
aquellas flores encendidas
de mayo, cenizas por sus corolas supuraban
igual que el eco en el mugir de las horas.
Llegamos a la ciudad, un cúmulo de pesar
que me fue arrancando poco a poco de la tierra,
el seno materno de mis días infantiles,
cuando la aurora no tenía límites
ni inviernos ni hojas derrotadas en el suelo.
Al cabo siempre es otoño en mí,
siempre una camioneta
que se va alejando en la bruma de la gran ciudad:
el raudo anochecer de todo lo que fue.
Ese hombre solo
que en los labios del día
mece la sonrisa de un sueño
cruza por calladas calles,
desiertas avenidas
que guardan la rabia
en el adobe de sus telares.
Sólo sabe sonreír,
extranjero errático
en ciudad de fábula y barro,
y ensuciar con cálidos orines
antiguas cenefas de catedrales.
Vaga por el lomo de la desolación
como un funámbulo
en el cielo del alambre
que en su cuello habita cada hora.
De las veleidades de la fortuna
es perito y consejero
de las heridas de las estrellas.
Algún día, cuando menos te lo esperes,
te fumará los sueños.
Sin querer somos samaritanos
de sueños despojos que el combate
ha ido construyendo a cada dentellada,
siempre pendientes de la mano
extendida que nos conduce al aposento.
Sabemos, porque nos lo han dicho,
que en cada mano luce el sol,
que cada silencio es un espacio
de luz que nos conmueve,
que cada mañana es el hoy encantado.
¡Sabemos tantas cosas,
somos tan sabios!.
Respondemos cuando se nos pregunta
y lavamos la cara de la soledad
con la melodía de las lágrimas.
¡Somos tan sabios!
Caminamos la larga jornada
con el primer beso de una madre
altiva que nos reconoce a cada instante.
Todo lo sabemos porque somos sabios.
Nada nos limita,
somos inmortales,
conducimos el espíritu por la derecha,
no bebemos de las aceras
que se estremecen,
ni fumamos en el alambique de lo etéreo.
¡Somos tan sabios!
Pero durante la noche
el espíritu aletea ausente
y el triste niño que somos llora
y el desconsuelo construye sus arcajes
y los venablos de la desolación
vomitan sobre la sabiduría conquistada.
Trapos tendidos al viento de poniente,
figuras humanas que bailan al son
de sus formas.
Cerca los cipreses ventean la eternidad
mientras agujas frías
vencen la calma, el lento
del cuarto movimiento.
Llega el claxon desde la monotonía
de lo cotidiano y un concierto de nubes
asume la huida hacia Al Mulhacem.
Tchaikovsky tiene la cadencia
de la nube y los trapos tendidos
al cierzo y el dulce runruneo d
e la tragedia líquida
que va traspasando uno a uno
todos los poros de Leonard Bernstein.
La música bien tañida,
la oscura nube,
el viento desolado,
los cipreses del amanecer,
dioses de lo cotidiano, todos
y cada uno en la bruma radiante de Tchaikowsky.
Edad luminosa cuando prendes el piélago
profundo en una bocanada de osadía y por el mar
tempestuoso del cuerpo vuelan y se desvanecen
los aleteos impúberes de mil saladas gaviotas.
La realidad y la noche se van juntas de la mano
por los tortuosos caminos que el horizonte construye
y la felicidad, engreída, bien puede caber en la comisura
de unos labios o en una botella de cristal.
Todos los nombres son entonces gigantes
palabras pletóricas rescatadas del vacío de la memoria,
aposentos de una mirada amplia y serena
que bucea en la realidad y la edifica
a cada paso como en el origen de los días.
Sois los dioses de la palabra certera
porque habéis recogido el mundo
en sonoridades nuevas que sólo marchitarán
cuando el tiempo, pertinaz compañero de viaje,
las deshoje en el otoño de los días.
Niño que me miras desde los ocho años,
castillo hierático,
vital consistencia de la materia,
hoy creo en ti y en tus exultantes labios
y en los dedos que señalan nuevas rutas
y en la voz deslumbrante
que a cada instante crea.
Hoy creo en ti,
palabra en movimiento, pausa,
imagen y sueño,
metáfora de lo que quiero ser.
Sólo en ti creo.
Esa hoja verde, que mece el rubor
de las horas y el viento decrépito
que la zozobra, te observa desde la distancia
y te ves envuelto, de pronto, en la lozanía
de su ávida presencia.
Su espacio en movimiento es la vida
que crece y se consume a cada paso
como tú cuando la miras.
Sólo ella eres tú
y tú en ella
como una unidad vencida.
Simula el descrédito de la heroína
que disuelta en la savia
quiere perderse y fundirse
y tú no vacilas en darle la mano
y caminar de su semilla
por el pálpito del abigarrado parque.
Siempre la buscas
en la desbandada de la noche
cuando sólo tú y ella sois unidad
en lo absoluto.
Coronan la ciudad morenas crines
que lamen rocas y aguas fecales,
que prestan sus bridas a los amaneceres
opacos y deshilachan las conciencias
y los deseos de eternidad.
Cuando la ciudad adquiere tintes
de boato y resurgimiento, toda la mañana
quiere sublimar la agonía de sus aceras,
el raudo paso de los caminantes
que, como aparejos tendidos al sol,
prestan alambiques de osadía
a la vida que llega.
Sentirse cosmos en la ruin espera del charol
de unos edificios que te observan
desde la cercanía e impregnan
tu cuerpo de la soledad compartida.
Hay hombres en las esquinas de sombra
solazados en la contemplación de lo huero
y huidizo, hombres tiernos que portan
en el ojal de su compostura
el bello belfo de la derrota
y niños lejanos que corretean
sus labios por estrechas callejuelas.
Tiene la ciudad el canoro rubor
de lo desconocido e intangible,
aquello que los sabios que en el mundo
han sido llaman «saudade».
Una biblioteca es un recinto sagrado
donde jóvenes inclinados desmenuzan el tiempo.
Todas ellas tienen una esperanza
y un anhelo grapados a las hojas de tantos
y tantos libros que las empapelan.
Me reconozco en las bibliotecas y en el alma
que las habita: cadencia de conocimiento
que vaga como halo sobre cabezas tronchadas.
Buceo en mesas, en amplios anaqueles,
en espíritus que se acomodan a las sillas,
siempre silenciosos, siempre serios
como caballeros antiguos, quijotes
en busca de dulcineas de celofán.
Son espacios que me pellizcan
y me obligan a olvidar
esa cansina araña ciempiés
que llaman paso del tiempo.
Definitivamente me quedo arropado
por sus letras y su monotonía
como un impedido que babea
con la mirada de sus torvas grafías.
Y todo se me torna vago sueño,
dulce sonrisa, guiños de letras negras
que me van atando a la vida
con su ruidoso murmullo de silencios,
ladrones oscuros, arrebatos de la voluntad.
Mamá siempre convivió con las palabras
De las cacerolas y el diálogo lento y prolongado
De la plancha deslizándose sobre la tabla.
La geografía de sus sentimientos andaba perdida
Por los castillos que las arañas construíanEn los rincones y en los devaneos de las hileras
De hormigas que habitaban los huequecitos
De los rodapiés.Mamá desnudaba sus más íntimos sentimientos
En la soledad de las cosas cuando cada mañana
Todos descendíamos los escalones de casa y nos
Alejábamos.
Era un encuentro prolongado con un cuarto a media luz
Que dictaban las olvidadas letras de un tiempo vivido
Que poco a poco se iba apagando en la llama fría del hogar.
Mamá atizaba el fuego igual que la luna atizaba las olas
Y esperaba que la polilla no corroyera los lazos
De la memoria, aquellos vestidos de antaño
Que con tanto amor guardaba en el armario.
Mamá siempre anduvo perdida en el ocaso
De la luz eléctrica y en los rancios olores a grasa.
Mamá siempre ha sido ese pez solitario
Que da saltos y zozobra en el mar de los muebles
Y no sabe muy bien si los hijos o el marido
Son prolongaciones de una pared desconchada
O musas que le obligan a estar viva.
Siempre mamá, en todos los objetos
Que me acompañan con el beso cálido del más allá.